A propósito de los asentamientos en Pando

El reciente asentamiento de campesinos en la región pandina ha provocado una serie de reacciones de distintos grupos de la oposición, matizadas por unos pocos argumentos que han tenido una especial cobertura mediática. No pretendo analizar las políticas del Gobierno, eso lo dejo a los políticos; lo que me impele a escribir es la violencia discursiva de estas reacciones.

Parto de la concepción de que los discursos son la expresión de posiciones políticas e ideológicas que reproducen sistemas cognitivos aprendidos socialmente, y los discursos a los que me refiero son la más clara expresión del racismo que configura las representaciones sociales que ciertos grupos han construido —y reproducido— sobre los indígenas y campesinos. Para ilustrar esta aseveración, me limito al análisis de dos ejemplos, muy representativos de todo lo que se ha dicho en las últimas semanas.

"¿Qué van hacer estos campesinos en Pando?, producir coca, no hay vuelta, se van a dedicar a plantar coca y obviamente hacer cocaína", opina un conocido senador, además, haciendo referencia a la procedencia de una parte de los campesinos asentados: el Chapare. La agresividad de esta afirmación es indiscutible, pero lo que llama la atención es el recurso utilizado a la hora de referirse al “otro” que se considera diferente, extraño o, peor aún, enemigo, que coincide con la estrategia utilizada en Europa y EEUU en contra de los inmigrantes, cual es la criminalización. “No hay vuelta”, en la disputa por el poder, es necesario presentar al otro de manera negativa, en este caso, vinculado a la ilegalidad; otrora el bloqueo, la subversión, ahora el narcotráfico.

El planteamiento se apoya en la falacia de que todo chapareño es cocalero y, en consecuencia, narcotraficante; y en la fórmula coca=cocaína, que justificó durante décadas la intervención de EEUU. Sin embargo, además de ser blanco de la discriminación étnica y la criminalización, el campesino del Chapare debe cargar con el estigma de pertenecer al MAS, estigma creado por la clases medias y altas para definir este partido político desde una jerarquía socio-racial.
Pero también podemos observar discursos aparentemente menos agresivos, casi solidarios: “Evo Morales no respeta los derechos humanos de la gente humilde y los trata como animales, trasladándolos de una región a otra”.

Esta posición, que apela a los derechos humanos, en realidad esconde la verdadera concepción que tienen de lo indígena, vinculada a la ignorancia, la inocencia casi infantil, la incapacidad de decidir y de actuar racionalmente; es una expresión de la minorización e incluso de la animalización de la que son objeto los indígenas, cuyas raíces encontramos fácilmente en la Colonia. Si bien estas expresiones habían entrado en la categoría de lo políticamente incorrecto —se podía pensar pero no decir—, poco se han controlado a partir de los conflictos suscitados en el marco de la Asamblea Constituyente; solo recordemos el cántico “El que no salta es una llama”.

De un plumazo, se pretende borrar de las páginas de nuestra historia las luchas, las marchas de los indígenas por la reivindicación de sus derechos lingüísticos, culturales, económicos y políticos; por su derecho a la tierra y el territorio; su participación activa en la transformación del Estado. Se quiere convertirlos de sujetos políticos en objetos, utilizables, manipulables, sin voluntad.

Estos discursos son los espejos que se quiere ocultar para no enfrentar la realidad que tanto se niega o, peor aún, se justifica: la realidad del racismo que persiste y aflora, a veces de forma descarnada, como en Sucre, o de formas más sutiles en discursos cargados de paternalismo y conmiseración.

Es hora de que los políticos entiendan que esa democracia que tanto dicen defender no es posible en un país donde reina el racismo y la discriminación, y que asuman, al igual que los medios de comunicación, que sus discursos solo contribuyen a su reproducción.

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