De incongruencias y etnocentrismos
El pasado domingo, en este medio, se publicó el artículo “De bailar,
comer y cambiar ministros”, del periodista Agustín Echalar, en el que se
descalifica al canciller Choquehuanca, utilizando fragmentos
descontextualizados de su discurso, emitido en el acto de posesión del nuevo Gabinete.
El artículo en cuestión me trae a la memoria las reacciones surgidas
en el 2007 a propósito de una entrevista realizada al Canciller quien, al
explicar la relación del hombre con la naturaleza dentro de la cosmovisión
andina, afirmó que en primer lugar está la naturaleza, incluso las piedras, que
hasta sexo tienen.
Como todos recordarán, la crítica de los políticos de oposición y de
los autodenominados “analistas” se centró solo en esa última frase, que fue
ridiculizada de forma grosera, desacreditando a la autoridad y degradando las
concepciones culturales que expresaba. Este episodio permitió develar la mirada
etnocentrista de estos personajes, asentada en la ignorancia y la dificultad de
entender la diferencia cultural que se manifiesta en distintas formas de
concebir, aprehender y expresar el mundo.
Aunque la polémica pasó, no está demás apuntar que hasta las teorías
gramaticales, tradicionalmente afincadas en criterios puristas y
eurocentristas, ya reconocen que las categorías lingüísticas no son
universales, por lo que, en la clasificación de los nombres, caso de la palabra
‘piedra’, la oposición animado/inanimado dependerá de la lengua; es decir, si
para el castellano ‘piedra’ es un ser carente de vida, para el quechua o el
aimara no, porque así lo determina su visión de mundo.
En esa misma línea, en su artículo, Echalar especula sobre la
sinonimia de danzar y bailar, comer y alimentarse, presentes en el mencionado
discurso del Canciller. Después de una atenta y esforzada lectura de su texto,
se concluye que, según el autor, son palabras sinónimas, que pueden ser
utilizadas indistintamente, aunque no tanto porque se refieren a contenidos
distintos y que por supuesto una significa más que otra (?).
Para salir de esta confusión, cabe precisar que la sinonimia perfecta
no existe, salvo contadas excepciones, que no son el caso, pues los contenidos
semánticos de las palabras contienen rasgos distintos por los contextos en los
que aparecen; es decir, no se puede intercambiar palabras en el mismo contexto
sin afectar el significado global.
En este sentido, la explicación de Choquehuanca fue absolutamente
pertinente, pues, desde una comprensión cultural, en este caso de la cultura
aimara, danzar alberga un conjunto de emociones, sentimientos, ideas y
pasiones, que expresan la forma de ser de los pueblos, mientras que bailar se
refiere más a una puesta en escena que no tiene ese objetivo expresivo.
En lo que respecta a comer y alimentarse, cayendo en una “nebulosa de
incongruencias”—seguramente motivado por el deleite que le provocan—, el autor
relieva la sustancial diferencia semántica existente entre estos términos, pero
afirma que es un absurdo que el Canciller se refiera a la misma. Es que, para
Echalar, el Canciller no es más que “un pensador primario que se queda en
eslóganes y frases que impactan pero que son tan huecas como el concepto del
‘vivir bien’”.
A diferencia del autor, quienes, desde una postura respetuosa e
intelectualmente honesta, estudiamos las lenguas y las culturas, reconocemos en
Choquehuanca a un intelectual cabal, capaz de permitirnos acceder a la
comprensión de una cultura tan valiosa y rica como la aimara; por otro lado,
vemos en el “vivir bien” no un concepto hueco, sino la concepción profunda de
una forma de vivir que se nos presenta como una alternativa civilizatoria,
pertinente a nuestra realidad, justamente porque vivimos en un país “en donde
la mayoría vive muy mal”.
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