Las ministras y su particular lucha contra la discriminación


Bolivia, al igual que el resto de países del continente, se caracteriza por un sistema social de inequidades, construido y mantenido a partir de ideologías racistas y sexistas de raíz colonial, que controlan las actitudes, prejuicios y prácticas de los grupos dominantes, en detrimento de los grupos históricamente marginados: indígenas, afrodescendientes y, a pesar de todos los avances, mujeres. 

En nuestro país, ahora más que nunca, y en gran medida gracias al poder y presencia de los medios de comunicación, se ha denunciado una serie de actos y actitudes discriminatorias; sin embargo, a la par de su visibilización, se intenta encubrirlas o justificarlas generalizando, de manera abusiva, su origen y sus agentes. Tanto los miembros del Gobierno como algunos representantes de sectores económicamente favorecidos soslayan, por conveniencia, que el racismo y el sexismo constituyen sistemas de dominación, por lo que existe una relación directa entre  relaciones de poder y prácticas discriminatorias. Por ello, llama la atención que, a diferencia de lo que ocurre en los otros países, sean las autoridades del Gobierno central las que constantemente salgan a los medios a presentarse como las víctimas de la discriminación.

Hace unos días y, por tercera vez, un grupo de ministras y viceministras brindó una enérgica conferencia de prensa, esta vez en defensa de la senadora Gabriela Montaño quien, según su comprensión, había sido víctima de las actitudes sexistas y discriminatorias perpetradas por un periodista, un senador y un jefe de partido político, los cuales, al cuestionar la constitucionalidad de la sucesión presidencial, develaron su patrialcal objeción a que una mujer esté al mando de nuestro Estado plurinacional.

Si bien la interpretación sobre las implicaciones sexistas, además de sediciosas, del debate constitucional sobre dicha sucesión es si no desatinada cuando menos malintencionadamente forzada, estas mujeres no se equivocan al plantear que seguimos viviendo en una sociedad patriarcal; sin embargo, sus denuncias, puesto que son representantes del Estado, tendrían que evaluarse en función de políticas gubernamentales que ellas, por obligación administrativa, política y ética, implementan y hacen respetar. Desde esa mirada, fuera de estas manifestaciones de solidaridad recíproca, solo hemos constatado omisiones, justificaciones y silencios cómplices, en los casos de abuso contra otras mujeres, que ponen en tela de juicio su honestidad y consecuencia, es decir, su autoridad moral.

Por ejemplo, ¿por qué no se manifestaron, de manera convincente y decidida, contra la violencia brutal de Chaparina cuando golpearon, arrastraron, maniataron y acallaron con masking tape las voces de dirigentes mujeres indígenas? ¿Por qué su sensibilidad de género no las llevó a exigir la cárcel para los cobardes que atentaron contra la vida y la salud emocional de decenas de niños y niñas que fueron cruelmente separados de sus madres y abandonados a su suerte en el monte? ¿Por qué mantienen un silencio cómplice a un año de impunidad sobre esta masacre?¿Por qué estas incansables luchadoras de los derechos de la mujer no se indignaron ante la campaña difamatoria, abusiva, emprendida por sus colegas varones en contra de Bertha Bejarano? ¿Por qué no frenaron el chantaje que tuvo que soportar la líder de la IX Marcha, y luego el linchamiento mediático dirigido a denigrar su imagen de líder, dirigente indígena y mujer?; si contra ella se cometieron delitos de difamación, acoso político, racismo y discriminación sexual, ¿por qué no salieron a los medios a denunciar este abuso consumado desde el poder y apoyado por dirigentes de las organizaciones afines al MAS?

Por otro lado, esa férrea convicción feminista, que las lleva a una incontrolable indignación tan enfáticamente expuesta en los medios, ¿por qué no se exalta con las innumerables expresiones de su jefe, que reducen a las mujeres indígenas, campesinas, e incluso a ellas mismas, a simples objetos de satisfacción sexual?

Así como reaccionan por los comentarios sexistas de sus opositores, ¿no tendrían que decir algo a propósito de que desde las empresas del Estado plurinacional, desde su principal canal de televisión, se esté validando y reproduciendo las peores expresiones de la sociedad patrialcal que tanto denuncian? ¿No tendrían que objetar que los rostros y voces de la diversidad estén siendo sistemáticamente desplazados por rostros Barbie y escotes rellenos de silicona?

Señoras ministras, viceministras y presidentas de la Asamblea Plurinacional, el desmantelamiento de una sociedad inequitativa, patriarcal o colonial, no se logra llenando puestos de poder con mujeres, si estas se mantienen sometidas y funcionales a ese poder. El que Gabriela Montaño haya sido presidenta interina durante cinco días no ha cambiado en absoluto el curso de nuestra historia; el empoderamiento real de las mujeres no se debe a la benevolencia o “confianza” tan empalagosamente agradecida por Montaño,  que  los jefes varones depositan en las mujeres. En consecuencia, si lo que persiguen no es banalizar o instrumentalizar políticamente la lucha contra la discriminación, tendrán que empezar una ardua y honesta lucha en casa.  

Publicado en Página Siete 3.10.12

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