Honestidad y descolonización
Puesto que no suelo leer revistas
abiertamente favorables a alguna opción política, me enteré indirectamente que
nuestro presidente, Evo Morales, había publicado un artículo en Le Monde
Diplomatique: “Secuestro de Estado y espionaje global”. Lo busqué en la Red,
pero solo encontré, en algunos portales del Gobierno, una versión poco prolija
en formato PDF. Después de leerlo, basada en mi experiencia y en mi
conocimiento de la variante idiolectal de Evo Morales, supuse que la versión
difundida omitía alguna información sobre su autoría, así que fui a la fuente
original. No había omisión; la portada del medio presenta el artículo y enfatiza:
“Escribe Evo Morales”, cuyo nombre se consigna como único autor.
El artículo presenta dos fragmentos discursivos distintos, uno narrativo y otro argumentativo. El primero está marcado por la primera persona que expresa al narrador (Evo Morales) que relata los incidentes vinculados con el “secuestro” del avión presidencial; se enriquece con la inserción, entre comillas, de oraciones que reproducen las voces de algunos participantes secundarios. El relato basado en conversaciones e interacciones personales es complejo, pues exige la transformación de discurso directo a indirecto, y con ello de todas sus marcas; tal vez, por ello, este fragmento deje deslizar algunas incoherencias temporales —se relata en presente y en pasado—, las que podrían ser intencionales, pues se nota un esfuerzo por reflejar la voz de Evo Morales, quien indudablemente es el autor, aunque de un texto construido en la oralidad.
El segundo fragmento presenta un análisis político de las relaciones de poder en el escenario internacional. No solo se configura dentro de un modo discursivo distinto, sino con un estilo idiolectal tan dramáticamente diferente que se llega a un punto de inverosimilitud. ¿Quién podría reconocer en esta secuencia la voz de Evo Morales?: "EEUU nos ha demostrado, una vez más, como signo de su decadencia y con prueba irrefutable, que su poder solo se sostiene mediante fuerzas invasoras y arquitecturas silenciosas, pero efectivas, de espionaje que generan miedo planetario”. Por sus últimas publicaciones, ni siquiera se acerca a la del Vicepresidente, quien ha construido con tenacidad una imagen de intelectual de altura inequiparable.
La imposibilidad
de asociar el fragmento a Morales no está en lo que seguramente la ministra
Dávila calificaría como un acto de racismo o discriminación; se trata del simple
conocimiento del hablante común que es capaz de distinguir las características discursivas de otros, al
que agrego mi experiencia profesional en el campo del desarrollo de
competencias textuales en educación superior, a lo largo de la cual no he conocido un solo estudiante, aun en
situación de egreso, que presente un nivel escritural similar.
Esto me lleva a
preguntarme si existe una razón tan poderosa que conduzca a revelar al Presidente
como una autoridad deshonesta, capaz de firmar un artículo que solo le pertenece
en parte. Pero ese no es el problema
mayor, ya que, después de Chaparina, la población se ha acostumbrado a esas
señales.
El problema tiene
un sentido fundamental, pues, al
intentar presentar a Evo Morales con un estilo idiolectal ajeno, se lo está despojando de la identidad
que le ha brindado fuerza simbólica, y se está socavando, una vez más, el discurso
descolonizador, uno de los pilares de los políticas gubernamentales. Con esto
se reinstala la concepción, orgullosamente expresada por García y Romero, del
letrado superior, que resulta de la lógica linguoepistémica de la colonialidad,
y que solo valida la escrituralidad ligada al conocimiento occidental de las
élites intelectuales. En este sentido, se consolida la idea de que no caben otras
formas de expresión escrituraria, y se echa por tierra los esfuerzos de
reivindicación lingüística, acumulados en las últimas décadas por los pueblos
indígenas.
Cada vez es más
evidente que la construcción del Estado plurinacional ya no es una prioridad
para el Gobierno; al fin y al cabo, la reducción de un 20% de la población
autoidentificada como indígena, con respecto al 2001, para Morales, es “un dato
secundario”.
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