Todo por el poder

Pertenezco a una generación que llegó a la Universidad cuando ya se había recuperado la democracia, cuando solo quedaban, en los muros y en los discursos, los rastros de un tiempo cargado de angustias, miedos, pero también de compromiso, valentía y esperanzas. Pertenezco a una generación que no tuvo que luchar por la libertad, y que no fue capaz de construir una identidad propia: se alimentó de las historias de quienes conocieron el exilio, la tortura, la clandestinidad; se nutrió de su música, su poesía, sus ideólogos; se quedó mirando al pasado, y no supo crear un proyecto para el futuro.

Esa falta de identidad nos cobró su factura más cara, dio paso a un proceso de desideologización incesante. Poco a poco, la imagen del Che fue desplazada por productos culturales de la época, algunos apenas ornamentales. Los discursos también se transformaron: la revolución (excepto en el trotskismo) fue desplazada por la calidad académica que, a su vez, fue desplazada por “reivindicaciones” variopintas: cursos extraordinarios, ingreso irrestricto, puntos ponderados por bailar en las entradas universitarias, además de matrícula cero, seguro social gratuito, comedor, diplomas gratuitos…

La desideologización dio paso a la prebenda, que ha avanzado a sus anchas en cada resquicio de la institucionalidad. Las becas, los beneficios, los espacios de poder son utilizados por autoridades para comprar a los dirigentes, acallarlos y funcionalizarlos; estos, debilitados en sus principios, claudican sin mayor resistencia. Centros de estudiantes, consejos de carreras y facultativos, auxiliaturas, al parecer, todo se distribuye en esta lógica prebendal, que le ha permitido a muchos, no solo llegar a la docencia, sino fungir de decanos de facultades importantes.

Salvando honrosas excepciones, la actividad dirigencial se ha vaciado de sus contenidos políticos, de sus fundamentos ideológicos; el poder ya no es un medio, es el fin, el único. Así se ha perforado los principios del co-gobierno; ya no se fiscaliza, ya no se defiende los intereses de las bases estudiantiles, ya no se cree en la autonomía. La connivencia con los grupos de poder es su marca. Mientras tanto, se vulnera normas, derechos; se menoscaba la calidad académica; se consolidan las camarillas, abriendo las puertas de las cátedras a los amigos, a las(os) esposas(os), a los parientes.

Chaparina, Caranavi, Huanuni, Apolo  no conmueven ni movilizan; tampoco las leyes que castigan a los trabajadores ni las que premian a los privilegiados de siempre.

Las recientes elecciones a la FUL son la prueba de este deterioro moral e ideológico. En estas elecciones, más que en otras, se evidenció que si el fin es el poder, todo vale: tal como sus mayores lo hicieron, también cruzaron ríos de sangre. El ala estudiantil del MAS en la UMSS, sin ningún rubor, se alió con los ex Juventud Kochala; con un pacto indecoroso, escondió las heridas de ese aciago 11 de enero. Semanas después de empapelar la Universidad con afiches del Che, al que homenajearon financiados por el Gobierno, los jóvenes masistas se tomaron de la mano con los que apalearon a los suyos, y que aún portan sus bates para enfrentar a sus adversarios.

¿Y qué les podemos pedir si esta es la línea de conducta de sus jefes? Las alianzas con la Juventud Cruceñista, con los latifundistas, ganaderos, madereros, entre otros, son la demostración de que la ideología es prescindible, y de que el único proyecto válido es la toma del poder. Los jóvenes del MAS solo acatan órdenes y responden “orgánicamente”. ¡Qué más da!, la Universidad ya no es un germen de ideólogos, pensadores, menos aún de revolucionarios.

En esta lógica, junto a sus aliados, no esperaron los resultados de las urnas, y se autoproclamaron ganadores, “quieran o no quieran”. Pretenden ocupar la FUL, no porque sueñan con la construcción del hombre nuevo, sino con la vagoneta de lujo, que anhelan recibir, junto con otros regalos, de manos del Presidente de los movimientos sociales.

Publicado en Los Tiempos, 21.11.13

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