García y su pragmática del poder
La pragmática, el análisis crítico del discurso y otras disciplinas cercanas entre sí se han encargado en los últimos años de develar y explicar las relaciones entre lenguaje y poder. Parten de la premisa de que los discursos reflejan los roles que los sujetos cumplen en la sociedad, y expresan las relaciones de poder subyacentes.
Así, los discursos, además de
comunicar ideas, sirven para persuadir, convencer, reproducir concepciones,
prejuicios, creencias e ideologías. Por ello, el acceso al discurso público, propio
del discurso político, es una forma de ejercer poder, para la que los políticos
se preparan, buscan asesoramiento, ensayan y desarrollan —con
mayor o menor éxito— estrategias que permitan su objetivo principal: convencer
para dominar.
Sin embargo, más allá de toda
planificación, los actos de habla poseen huellas de nuestras intencionalidades
reales, de nuestras convicciones y representaciones, no solo con respecto a
temas generales, sino también a las personas o los grupos humanos con quienes
nos relacionamos. Esto se aplica al discurso político: los políticos hablan para
ocultar o reforzar sus actos, pero, al hablar, develan inconscientemente lo que
son.
Al respecto, nunca antes habíamos
tenido un Gobierno tan verborrágico; su estrategia de campaña política sostenida obliga a los
mandatarios a una exposición cotidiana en la que el discurso juega un rol
central. Y puesto que sus historias son distintas, sus discursos y sus formas
de comunicarse también. Evo Morales siempre habla igual, aunque se siente más cómodo
dirigiéndose a los colectivos con quienes se identifica, los que, a su vez, se
sienten identificados y representados por él; en esos espacios se explaya, sin
un guion específico, sin un discurso pautado, mucho menos escrito. Su
espontaneidad da paso a sus creencias, intuiciones, incluso prejuicios.
Caso muy distinto es el de García
quien, desde que asumió el poder, ha pasado por un proceso dramático de
transformación. El sí planifica, estudia sus gestos, sus palabras, sus
discursos, que ordena registrar, reproducir y publicar; es una figura que se ha
esforzado en construirse. Consciente de que las masas a las que se dirige no lo
reconocen como igual, ha probado diversas estrategias para lograr su aceptación.
Por ello, la retórica de García no es coherente, está llena de contradicciones,
razón que me motiva a ocuparme de ella, y, por las limitaciones de este
espacio, de cuatro de sus recursos que me han llamado la atención, los que,
considero, permiten poner al descubierto algunos rasgos de su personalidad y de
sus valores ideológicos.
En primer lugar, está el insulto,
como recurso para referirse al opositor, al crítico o al disidente.
“Cavernícola, ignorante, incapaz, discriminador, resentido, racista, mentiroso,
canalla, lagarto, vago, crápula, sidoso, dinosaurio” son algunos de los
insultos de un listado cada vez más extenso del repertorio vicepresidencial. El insulto es una estrategia argumentativa
utilizada ya sea de manera defensiva (por los que carecen de poder) u ofensiva
(por los que detentan el poder); el que detenta el poder insulta con la intención
de descalificar socialmente a quien considera su adversario, pero también para
anular una posible defensa, ya que bloquea toda posibilidad de debate. El
insulto, cuando persigue el refuerzo del poder, se percibe como parte de
actitudes prepotentes y soberbias, aunque, en los hechos, denota debilidad,
pérdida de autocontrol e incapacidad argumentativa.
El segundo recurso es el utilizado en su relación con sus correligionarios, sus aliados, las distintas organizaciones sociales. Si bien toda palabra que circula en el espacio público debe someterse a la exigencia de la simplicidad, en su caso, va más allá, pues es un conjunto de rasgos de una forma discursiva que sigue los patrones del lenguaje utilizado por las madres para dirigirse a sus hijos pequeños. Es simple, enunciativo, altamente enfático y repetitivo, saturado de diminutivos, adjetivos calificativos, de gestualidad excesiva, sobre todo en los movimientos de manos, que tienen por finalidad reforzar significados, para asegurar la comprensión que considera poco probable en sus interlocutores. Aunque la intención no es la degradación del destinatario, en los hechos, tiene ese efecto, pues lo infantiliza, lo disminuye; expresa una relación jerarquizada, instalada en lo más profundo de la psiquis de García, que se sitúa en una posición de clara superioridad. Ejemplo paradigmático es la frase que utilizó para justificar la carretera por medio del Tipnis: “… hay gente que quiere que los habitantes del Tipnis sigan viviendo como animalitos”.
En tercer lugar, está el uso de la tercera persona para referirse a sí
mismo, una forma autorreferencial: “Este Vicepresidente no va a…”. Este recurso
es conocido como despersonalización, y se utiliza cuando se evita hablar desde
la intimidad que supone el uso de la primera persona “yo”; se interpreta como un
mecanismo de distanciamiento, de elusión de compromisos o responsabilidades con
las acciones que el sujeto lleva a cabo, por eso es tan común entre autoridades
y políticos. Algunos estudios de la semántica cognitiva lo han identificado
como rasgo constitutivo de psicopatías; la psicología, por su parte, lo asocia
con el Trastorno Narcisista de la Personalidad, pero, por supuesto, no es mi
objetivo un análisis psicológico, eso lo dejo a los especialistas.
Finalmente, está el recurso del halago, que es un acto de refuerzo de
la imagen, tanto del que lo recibe como del que lo realiza. En el caso de
García, podemos constatar que utiliza el halago para, por un lado, complacer a
Evo Morales, pero, por otro, y sobre todo, para mejorar su propia imagen. Sabe
que todo el poder del que goza deriva de Morales, por lo que, salvo intentos
como la celebración ostentosa de su boda, se ha resignado a magnificar su imagen,
a sabiendas de que es el único elemento de convocatoria política del MAS.
Mediante el halago, se presenta, ante los seguidores de Evo, como hombre
respetuoso, humilde, leal y confiable, pero, además, justifica la intención de
su Gobierno de perpetuarse en el poder. Es la estrategia principal del
populismo, que, más que ideas, maneja sentimientos, construidos en torno de una
figura mesiánica del líder incuestionable. Así, a decir de García, Evo Morales
ha transitado desde la condición de héroe indígena, líder mundial, a deidad,
“el Cristo resucitado”, a quien cada hermano “debe dedicar sus pensamientos al
despertarse e ir a dormir, para que siga alumbrando nuestro camino”.
Tanto la sociología como las ciencias políticas sugieren que los políticos que perciben su poder como legítimo devienen líderes más efectivos, en contraste con los que se perciben como autoridades ilegítimas quienes, temerosas de perder el poder, optan por acciones desesperadas. Creo que García sufre esta percepción de sí mismo, por ello, en lugar de mantener el rol de intelectual sobrio, comprometido con la causa indígena, que es la imagen que vendió desde su incursión en El Pentágono, ha preferido experimentar los excesos del discurso populista que, pese a su esforzada construcción de imagen, lo han alejado de la clase media sin permitirle conectarse con los sectores populares. El descontrol, la soberbia y la falta de honestidad intelectual se han apoderado del discurso de García; muchos dirán que son efectos del poder, yo le creo más a Mujica, quien afirma que el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son.
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