Educación: entre improvisaciones y retrocesos
A un mes de iniciados los ajustes para la implementación del nuevo
currículo, el Ministerio de Educación ya anunció su segundo y obligado
retroceso. El primero fue el relativo a la ampliación de la jornada escolar a
ocho horas, solicitada —personal y públicamente— por nuestro Primer Mandatario;
el segundo tiene que ver con la modificación de la carga horaria docente. ¿Se
trata de un tema secundario que no afecta la aplicación del currículo, como
afirma el ministro Aguilar? Yo creo que no; es una muestra más de la
inconsistencia de un proyecto marcado, desde el inicio, por la más
irresponsable improvisación.
Aunque la discusión está centrada en la carga horaria, y pareciera que
sacar y poner horas es una cuestión administrativa simple, el asunto no es tan
baladí, pues el movimiento realizado estuvo dirigido a consolidar los campos de
saberes y conocimientos, base de la actual estructura curricular. Una de las
materias que se vio afectada con la reducción de horas fue Matemáticas, para
favorecer la incorporación de Técnica Tecnológica Productiva, con la que ahora
forma parte del campo Ciencia, Tecnología y Producción. Con los cambios, el
profesor de Matemáticas debe hacerse cargo de las dos materias (áreas, según el
currículo), bajo el entendido de que, si un profesor es responsable de todas las
materias del campo, entonces podrá asegurar su articulación temática e incluso
epistemológica. Parece simple y hasta lógico; el problema es que ese profesor
no está preparado para dar esa segunda materia (en otros campos, más de dos), y
no cuenta con las herramientas conceptuales ni metodológicas (en algunos casos,
ni siquiera con la bibliografía básica) para asegurar esa articulación.
Las quejas no se dejaron esperar, sin embargo, puesto que este
movimiento de horas provocó reducciones en la carga horaria de los maestros, este,
y no el pedagógico, fue el argumento que logró la anulación de la medida.
La pregunta que surge ahora es, si se elimina la aplicación del
movimiento de horas, ¿en qué queda la configuración de campos? Antes, es
necesario aclarar que las horas que se destinan a las materias o campos no
tendrían que derivar de estimaciones caprichosas, sino de un análisis serio que
contemple: complejidad de la asignatura y de las temáticas que se tratan en
ella, competencias que se pretende desarrollar, características de las
actividades de aprendizaje, características de los estudiantes, metodología de
trabajo del profesor, entre otros aspectos. En ese sentido, reducir horas solo
para posibilitar la implementación de otra asignatura es una decisión irresponsable
y destinada al fracaso, y más si se afecta a asignaturas troncales, que son las
que posibilitan el desarrollo del pensamiento lógico de los niños.
Con respecto a la pregunta que planteo, creo que retroceder en la
distribución de horas implica, inevitablemente, retroceder en la implementación
de campos de saberes y conocimientos. El campo se concibe como un espacio de
articulación de conocimientos de distintas áreas, con la realidad social,
política, cultural, económica y espiritual; es más, los campos están definidos
como“…espacios de organización curricular que propician y posibilitan la
reconfiguración de las relaciones de poder entre los diversos agentes,
generando disposiciones para la transformación de las relaciones de dominación
y subordinación”. Frente a la ausencia de experiencias previas, contenidos
claros y de materiales didácticos, el profesor es el único responsable de
posibilitar esa articulación, y de superar la lógica de la conformación de
asignaturas en compartimentos estancos. En esa lógica, si cada profesor
mantiene su carga horaria anterior, ya no se podrá apelar a ese intento de
diálogo interdisciplinario interno.
Sin embargo, ese no es el único problema. Como ya lo había señalado en
otros lugares, el diseño curricular como tal es deficiente. Con el objetivo de
distanciarse de la Reforma Educativa de 1994, y de incorporar un lenguaje a
tono con el proceso revolucionario que, supuestamente, vivimos, se ha redactado
un texto rimbombante, pretensioso en extremo y, en consecuencia, oscuro e inaplicable.
Un ejemplo que ilustra lo que acabo de afirmar es justamente la fundamentación
del campo de Ciencia Tecnología y Producción de Educación Primaria: “Desde el
Campo de Saberes y Conocimientos Ciencia Tecnología y Producción se cuestiona
la estructura económica del colonialismo, basada en la concepción extractivista
y explotadora de los recursos de la Naturaleza, de tal manera que asume el
derecho de las y los bolivianos al acceso, manejo y uso armónico de los
recursos que se encuentran en el territorio del Estado”.
Y sigue: “Desde esta perspectiva, en la educación primaria comunitaria
vocacional, se desarrollan las capacidades vocacionales con sentido
sociocomunitario productivo, planteando alternativas a la dependencia económica
a partir de la generación y aplicación de tecnologías propias y apropiadas con
soberanía, promoviendo la transformación de los recursos de la Naturaleza de
acuerdo a las necesidades emergentes, facilitando el cambio de la matriz
productiva, las relaciones sociales de producción y las estructuras económicas
del Estado Plurinacional”.
En términos ideológicos, muchos de nosotros podríamos concordar
plenamente con esta propuesta, pero es importante recordar que se trata del
currículo de Primaria, es decir, de niños de 6 a 11 años, que están iniciando
su proceso de lectoescritura, de desarrollo de sus capacidades de abstracción,
de utilización y relacionamiento de los números; de comprensión y aplicación de
las operaciones básicas, los símbolos y las formas de expresión y razonamiento
matemático. En suma, un niño que, dicho en facilito, debe entender el
razonamiento numérico y aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir, para
resolver problemas. Por ello, siento una enorme curiosidad (científica, por
cierto) de saber cómo la matemática básica posibilita ir desde la crítica del
colonialismo a la superación de la dependencia económica. Una solución práctica
que los diseñadores encontraron consiste, al parecer, en añadir a los
contenidos tradicionales los términos “comunitario”, “cultural” o “Madre
Tierra”. Al respecto, sobran ejemplos que utilizan ese recurso: “Triángulos y
clases: equiláteros, isósceles y escaleno en el contexto comunitario”.
“Polígonos regulares e irregulares en expresiones culturales y formas
naturales”.
Como puede verse, el empeño por encontrar los vínculos entre
contenidos matemáticos —por naturaleza altamente abstractos— y el contexto del
estudiante es evidente, pero el resultado, en la mayor parte de casos, es falaz
e inaplicable. No obstante, esta discusión es válida en el caso del aprendizaje
de niños castellanohablantes, mestizos, que viven en el área urbana, pues las
matemáticas que conocemos expresan un tipo de razonamiento que no es universal.
Hoy en día se habla de una etnomatemática, que explora las diversas formas de
construir el conocimiento en esta área. En ese sentido, no basta con añadir el
adjetivo “comunitario” a una categoría propiamente occidental. Claro que
estamos muy lejos de ingresar en este debate, que es fundamental si el
horizonte verdadero de la educación es la descolonización y la
interculturalidad.
Por otro lado, no puede pretenderse que un profesor de Primaria y un
niño de cuarto año —es decir de 9 años—estén en condiciones de, a partir de la
lógica matemática, analizar, por ejemplo, “Las potencialidades mineras y
auríferas: transformación con tecnologías en equilibrio con la Madre Tierra”;
más aún, si es un tema que ni el Gobierno está incluyendo, ni pretende incluir,
en sus políticas, como claramente se deduce del proyecto de Ley de Minería, que
está en discusión.
Y esto me lleva al último punto que motiva este artículo. Si la
educación es la principal estructura de reproducción ideológica que el Gobierno
utiliza para consolidar su proyecto político, ¿no tendría que existir una
mínima coherencia entre el discurso descolonizador, pachamamista e
intercultural, que sustenta el currículo, y las acciones gubernamentales?
Personalmente, sí quiero que mis hijas critiquen y rechacen el
colonialismo y sus consecuencias, que valoren los saberes y conocimientos
indígenas, que aprendan una lengua indígena, que entiendan que un desarrollo
respetuoso de la Madre Tierra es posible, y que crean que los bolivianos
podemos dejar de ser simples consumidores de las tecnologías foráneas que nos
obligan a la dependencia económica y tecnológica. Sin embargo, cuando el
portador de ese discurso, el Gobierno, es el primero en consumir la tecnología
foránea, en impulsar políticas extractivistas, en abrir las áreas protegidas
—entre ellas el Tipnis— a la explotación hidrocarburífera, en limitar los
derechos indígenas y avanzar con el colonialismo interno, además de promover el
aprendizaje de lenguas extranjeras antes que el de las lenguas indígenas, es
muy difícil defender la factibilidad de este modelo educativo.
Estos continuos yerros están reavivando las voces prejuiciosas y
racistas que creen que la descolonización y la educación bilingüe son un
retorno al pasado, que la interculturalidad se sostiene en concepciones
animistas o anticientíficas, y que la plurinacionalidad es un relato mal
contado por el MAS. A estas alturas, el ministro Aguilar tendría que haberse
dado cuenta de que la improvisación no conduce a ningún lado, no construye ni
transforma, y mucho menos en el campo de la educación; por ello, está claro que
no podemos esperar mucho más de él. ¿Quién asume la responsabilidad, entonces?
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