Enseñanza de lenguas: ¿un fraude institucionalizado?
Hace dos semanas, mis hijas llegaron del colegio con la noticia de que
sus horarios habían sido modificados, debido a la implementación del nuevo
currículo educativo, esto después de más de un mes de iniciadas las labores
escolares. Entre los cambios que les llamaron la atención, está la fusión de
algunas asignaturas, como Geografía y Biología, Química y Física, que actualmente
constituyen campos en Secundaria —quién sabe a partir de qué sustento
epistemológico—, y Lenguaje con Inglés y
Quechua, en Primaria. Al respecto, la profesora de Lenguaje, al informar sobre
la nueva responsabilidad que le habían asignado, dijo conocer algo de inglés,
pero confesó, con total honestidad, que
quechua aprendería en el camino. Lo dramático de este asunto es que éste no es
un caso excepcional.
Más allá de los problemas que el nuevo currículo está desencadenando
—y solo me referiré al área urbana—, la enseñanza de lenguas en nuestro sistema
educativo siempre ha sido deficiente. Si bien en Bolivia se cuenta con una
larga historia de enseñanza de lenguas —sobre todo inglés y en menor medida
francés, ahora suprimido—, salvo en las unidades educativas bilingües o de
currículo especial, sus resultados pueden calificarse como un fracaso o, en
gran parte de los casos, como un fraude.
Son varias las causas que han contribuido a esta situación, y que van desde
las representaciones erróneas sobre la enseñanza de lenguas, pasando por el uso
de metodologías inadecuadas, hasta llegar a las acciones dolosas de autoridades
educativas que incumplen su obligación de contratar profesionales competentes,
especializados en el área.
Con respecto a las representaciones erróneas, una de ellas es que,
pese a la importancia que se le atribuye socialmente al aprendizaje de una
lengua (eso sí, extranjera), cualquier individuo puede enseñar idiomas, pues bastaría
que los hable. En segundo lugar, está la idea —también errónea— que aprender
una lengua es solo aprender su vocabulario y reglas gramaticales. Desde las
primeras experiencias en las que se llevó las lenguas a la educación, la
gramática se concebía como el logro más importante de una lengua y la expresión
de sus valores como tal, por lo que se concluyó que adquirir la gramática de un
idioma suponía, automáticamente, adquirir ese idioma. A ello debemos sumar que la
gramática permite cuantificar y dosificar lo que se enseña, y, para ello, ni
siquiera es necesario manejar la lengua.
Por otro lado, en lo que se refiere al currículo y la gestión
administrativa, las lenguas extranjeras, al igual que las lenguas indígenas, han
quedado relegadas a espacios muy secundarios, con una carga horaria mínima (una
hora a la semana), y sin un plan curricular establecido. Además, no se ha
invertido en la formación de recursos humanos ni en la elaboración de
metodologías o materiales que respondan a las necesidades de los estudiantes.
Consecuencia de todo ello es que—y aquí está el fraude—, la mayor
parte de profesores que han impartido las asignaturas de idiomas, tanto de
lenguas extranjeras como indígenas, no tienen
formación en didáctica de la enseñanza de lenguas, incluso ni siquiera hablan la
lengua; es vox pópuli que las
asignaturas de idiomas han sido asignadas a cualquier profesor, como una forma
de darle la posibilidad de “completar” sus horas. En este sentido, era bastante
común que un profesor de Educación Física se hiciera cargo de Inglés o Quechua,
de la misma manera que un profesor de Matemáticas, de Técnica Vocacional.
Esta práctica bastante extendida, aunque manejada en secreto, se ha
institucionalizado con la implementación de la Ley Avelino Siñani y Elizardo
Pérez. El nuevo currículo obliga a que los profesores de Lenguaje (castellano)
enseñen también inglés y una lengua indígena, en Primaria; y los de Literatura,
una lengua indígena, en Secundaria. Puesto que el inglés ha sido elegido como
lengua extranjera, los profesores de francés, por decreto, deben aprender otra
lengua.
Estamos frente a una situación sin precedentes, pues, sin contar con
una fundamentación teórica o metodológica, se ha decidido que una sola persona
enseñe tres lenguas en el mismo espacio didáctico para supuestamente facilitar
el desarrollo del plurilingüismo. En este propósito, la o el profesor de
Lenguaje, a partir de los contenidos establecidos en el currículo (la mayor
parte gramaticales, por cierto), deberá darse los modos para enseñar tres
lenguas, alternándolas en las múltiples
actividades. Lo que ningún técnico explica (o sabe) es que dichas lenguas cumplen
funciones distintas para el estudiante (lengua materna, segunda lengua y lengua
extranjera), razón por la que este requiere desarrollar en cada una diferentes
niveles de competencia lingüística y comunicativa.
Veamos un ejemplo. Un contenido en Primero de Primaria es “Oraciones
cortas y concretas [¿?] con nuevas palabras relacionadas con el ambiente
familiar y escolar”. El currículo establece la identificación y redacción de
ese tipo de oraciones en las tres lenguas; el niño, que está aprendiendo a leer
y escribir, tendrá que esforzar su
cerebro al máximo para poder expresar los mismos significados en tres sistemas
morfosintácticos y ortográficos diferentes —y no estamos considerando las
visiones de mundo subyacentes—, contrastándolos con el objetivo de “descolonizarse”,
pues deberá expresar en esas oraciones el sentido del desarrollo comunitario,
equitativo, y de vida pacífica con la Madre Tierra. Muy sencillo, ¿no?
Al parecer, ninguno de los técnicos se molestó en leer algún estudio
psicolingüístico que explique el proceso de lectoescritura y su complejidad, información
que, dicho sea de paso, sí fue considerada y explicada en el diseño del
currículo de la reforma educativa de 1994. Pero, claro, nos estamos
descolonizando, y esas no son más que imposiciones del Imperio que quiere que permanezcamos
en el subdesarrollo.
¿Y qué les toca a los estudiantes de Secundaria? Veamos otro ejemplo. Un
contenido de Primero de Secundaria es “Textos narrativos, descriptivos y
expositivos” (¡todo eso junto!); forman parte de la misma unidad “Los signos
lingüísticos y no lingüísticos” y “Actos de habla, cadenas léxicas”. En ningún
momento se hace referencia a un trabajo textual, al estudio del texto como
unidad comunicativa, a su estructura, al proceso de construcción del
significado o a los elementos lingüísticos que participan de él. Se propone estudiar
los tres tipos de textos para que luego, como por arte de magia, el estudiante
redacte textos “con ideas contrarias a la colonización”, ¡en castellano y en lengua
indígena! Es decir, debe revisar distintos contenidos teóricos para redactar un
texto argumentativo. Seguramente un estudiante de doce años tendrá problemas en
redactar, en castellano, un texto argumentativo sobre descolonización o
imposición cultural, y más aún si no tuvo la posibilidad de desarrollar sus
competencias textuales; imaginemos esa tarea en lengua indígena. No solo se
enfrentará a la falta de conocimiento de la lengua, sino a las diferencias
tipológicas de los textos y a la inexistencia de términos en las lenguas
indígenas. Entonces, ¿cómo sorteará estas dificultades el profesor? Fácilmente,
todo se convertirá en contenido teórico aprendido en castellano; tal vez solicite
la redacción de algún texto, el cual no cumplirá con ninguna exigencia
estructural, y la lengua indígena se quedará para los saludos y un poco de
conjugación verbal. ¿Se está favoreciendo así el plurilingüismo?
La realidad es que se está imponiendo un currículo que ha sido
diseñado sin criterios técnicos adecuados; que plantea campos de conocimiento,
reúne disciplinas y áreas sin un fundamento
teórico válido ni experiencias de articulación previas; que incorpora
contenidos, algunos mal formulados, otros innecesarios o inexistentes, de
manera desordenada o mal dosificada. Sin embargo, los profesores deben hacerlo
funcionar, llenar planillas que no entienden, impartir asignaturas que están empezando a conocer,
aprender idiomas que enseñarán simultáneamente. Y lo más preocupante de todo es
que el PROFOCOM, que tiene el objetivo de formarlos y guiarlos en estos
cambios, no lo hace, pues los técnicos tampoco entienden este “modelo”, no
cuentan con la preparación ni la experiencia necesaria. Estamos frente a un
experimento que nadie sabe bien cómo funciona, el cual, con un evidente
desprecio por el conocimiento y la experiencia acumulados, las actuales
autoridades quieren implantar a como dé lugar.
Mientras tanto, el único debate que se ha instalado es el de la
evaluación, que solo es importante en la medida en que esta acompaña los
procesos de enseñanza y aprendizaje. Por ello, hay cuestiones más urgentes:
cómo se articulan las disciplinas, qué contenidos son pertinentes, cuáles existen
y cuáles hay que construir; cómo opera la descolonización en el aula, cómo se
debe enseñar de manera descolonizada; qué supone el plurilingüismo, qué rol
tendrán las distintas lenguas en el proceso de aprendizaje en general, entre
otros temas centrales.
Lamentablemente, no hay señales de que el ministro Aguilar vaya a
propiciar un debate al respecto, por lo que este deberá surgir de la sociedad, de
los actores educativos que fueron excluidos, de los intelectuales y de los representantes
indígenas no silenciados, de los profesores desorientados y afligidos, de los
padres de familia indignados. Por su parte, el Gobierno seguirá invirtiendo sus
recursos y energía en los Juegos Plurinacionales, en los bonos, en los acuerdos
con universidades privadas, y en todo aquello que reditúe políticamente y a
corto plazo. “Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le
lucen a ningún gobierno...”, afirma Mujica, pero, a diferencia de él, es una
apuesta que nuestro Gobierno, por lo visto, no está dispuesto a hacer.
Comentarios
Publicar un comentario