Computadoras y calidad educativa
En uno de los innumerables actos de entrega de obras a escuelitas, el
presidente Evo Morales confirmó la próxima dotación de computadoras, por
ensamblarse en El Alto, a alrededor de 15 000 estudiantes de secundaria; ésta
se suma a la ya realizada a todos los profesores en ejercicio. El Mandatario
afirmó que con esas computadoras, más el satélite Túpac Katari, nuestra
educación estaría dando el salto a la Era digital y tecnológica, eje de la
política educativa actual que, según él, ha permitido el avance de nuestra
educación, en la que “estamos muy bien”. Las preguntas que caben son si las
computadoras per se mejoran la calidad educativa, y que si estamos en un punto
en que nos hace falta su tecnologización. Al contrario del Presidente, quienes
estamos involucrados con los temas de educación consideramos que ésta está muy
mal, que se ha retrocedido de manera evidente en los últimos 8 años, y que la
tecnología en este contexto puede esperar.
En todo caso, el Presidente no hace más que expresar una personal y
arraigada convicción de que la tecnología y sus productos son el camino al
progreso y el desarrollo. Si sobrellevamos el hastío provocado por el bombardeo
propagandístico de todas las instituciones estatales en los medios de
comunicación (estatales y paraestatales), podemos identificar muy bien el nuevo
discurso gubernamental: el cambio entendido como progreso, y éste ligado al
asfalto, los edificios, el avance tecnológico; en términos muy simples, un
reciclado desarrollismo de los años 70.
Desde esta lógica, el Gobierno considera (es decir, Evo Morales lo
hace) que el progreso de los pueblos es corolario de más carreteras, satélites
y teleféricos, por lo que es comprensible que también considere que la calidad
educativa es resultado automático del uso de computadoras. Y si bien éstos son
los signos del capitalismo, al que Morales fustiga sobre todo en sus discursos
en palestras internacionales, se han convertido en una especie de fetiches de
su Gobierno, presentados como elementos del proceso de cambio, solo por el
hecho de que es él, el indígena, el que los valida y los transforma en
necesidades populares de profundo sentido revolucionario.
Las obras que lo seducen —monumentales, ostentosas, impactantes—, esas
que los países primermundistas poseen, son las que, como se afirma en el spot
de Entel y piensa el Presidente, nos permitirán superar esa condición de
nuestro pasado que nos tenía tan mal, y nos hacía ir hacia atrás, que nos tenía
aislados (afirmaciones que van acompañadas con la imagen de un indígena y su
llama). Es evidente que la plurinacionalidad y la descolonización ya no caben
en este nuevo discurso, sin embargo, éste es un tema del que me ocuparé en otro
momento, pues esta mutación se constituye en la mayor defección del Gobierno,
que llegó al poder con la bandera de las reivindicaciones indígenas, y que, a
pesar de su evidente abandono, sigue usufructuando de ella en el ámbito
internacional.
En el caso de la educación, las inversiones millonarias en
tecnologías, por muy útiles que éstas sean, no son suficientes para construir
una política educativa; el fundamento de una política es el currículo, en el
que se establece el lugar de las tecnologías, pero solo como herramientas accesorias,
no como base ni mucho menos fin. Y un currículo, tal como ocurrió con la
vilipendiada Reforma Educativa de 1994, se construye en el tiempo, en un
proceso de reflexión de los distintos actores educativos, guiado y diseñado por
expertos, y alimentado y sustentado en experiencias y estudios científicos. No
es obra de una consultoría de tres meses ni de uno que otro taller masivo de
socialización.
Desde estas consideraciones, como ya lo he afirmado en otros lugares,
el actual currículo tiene mucho de improvisación; está plagado de
contradicciones, errores y vacíos teóricos y metodológicos. Sin embargo, éstos podrían ser salvados por
la experticia de los responsables directos de su implementación, los
profesores, pero es de conocimiento general el bajo nivel de formación que
reciben éstos en las normales —y peor aún en el Profocom—, que no resuelve en
absoluto las deficiencias con las que llegan a ellas, y que se convierten en un
verdadero e insuperable círculo vicioso.
En consecuencia, la cantidad de aulas, baños, canchas, tinglados y
computadoras solo sirve para evaluar la infraestructura, las condiciones
externas en las que se llevan a cabo los procesos que, por supuesto, pueden
favorecerlos; sin embargo, si queremos establecer la calidad educativa, es
necesario evaluar las competencias de los estudiantes, en especial en las áreas
de lenguaje y matemáticas, que son las que permiten el desarrollo del
pensamiento lógico, el razonamiento verbal y matemático, las habilidades para
analizar, criticar, entre otras. Al respecto, si bien el Gobierno ha evitado
este tipo de evaluaciones, hay pruebas contundentes sobre cuán profundos son
los problemas de nuestros niños y jóvenes en esas dos áreas.
Con esos antecedentes, el Ministerio de Educación debe intentar un proceso
de investigación y reflexión para encontrar el lugar de las nuevas tecnologías
en la enseñanza, sobre todo, a partir de la primera constatación: el 70% de
profesores no usa las computadoras que les fueron otorgadas. En primer lugar,
porque no saben utilizarlas; en segundo lugar, y más importante, porque no
saben cómo y para qué utilizarlas en los procesos de enseñanza.
Además de guardar documentos oficiales, ¿para qué un profesor necesita
una computadora? ¿Para escribir textos?, ¿para diseñar materiales?, ¿para
preparar sus clases? ¿O solo para elaborar instrumentos de evaluación? Si el
objetivo es diseñar materiales de enseñanza, como al parecer se pretende desde
el Ministerio, es necesario considerar que el profesor promedio ha llegado a
las normales con un mínimo nivel de competencias textuales, y, de ninguna
manera, estos centros de formación dan las condiciones para superar esa
situación, por lo que un porcentaje importante de profesores no está preparado
para redactar textos, y menos aún textos educativos.
No obstante, más allá de los usos que se les dé a las computadoras,
éstas por sí solas no transformarán la práctica docente y sus resultados. Un
estudio realizado por la Comisión Europea, denominado «Nuevos entornos de
aprendizaje en la educación», en el 2004, dirigido a analizar las innovaciones
en las escuelas y su impacto en la calidad educativa, arrojó como resultados
que los cambios no dependen tanto del uso de las TIC en sí, sino más bien de la
capacidad del profesor para utilizarla tecnología como soporte. Se constató que
los avances resultantes en los procesos de enseñanza estaban relacionados de
manera directa con el estilo de gestión, la actitud y la formación del
profesorado, los enfoques pedagógicos y los nuevos estilos de aprendizaje.
Otro aspecto que es central en la discusión es la influencia de las
nuevas tecnologías en los procesos de aprendizaje. Hace poco conocimos por la
prensa que los hijos de los empleados de Google, Apple y otras empresas de
vanguardia de Silicon Valley envían a sus hijos a una escuela de élite que no
tiene computadoras. Esta nueva tendencia, conocida como “desconexión”, en el
campo educativo se fundamenta en estudios psicolingüísticos que explican que el
niño, en sus etapas de desarrollo, necesita como prioridad adquirir destrezas
cognitivas, espaciales y temporales, que le permitan establecer la lógica de
sus actividades de aprendizaje y razonar sobre ellas. Para este propósito, el
uso de las manos y de todo el cuerpo, y la interacción directa con su entorno
son primordiales, ya que propician una mayor actividad de la corteza cerebral
para visualizar, coordinar, calcular distancias, discriminar formas,
dimensiones, y le ayudan a estructurar su sistema neurológico y de aprendizaje
de una forma duradera. Según especialistas que critican el uso temprano de las
computadoras en la educación, la pantalla perturba el aprendizaje, pues
disminuye las experiencias físicas y emocionales; enfatiza el mirar más que el
escuchar, y el buscar soluciones rápidas y correctas, lo que no ayuda a pensar.
La pregunta es por qué las clases acomodadas del primer mundo son las
que retornan a una educación “desconectada”, y, por el contrario, los
ministerios de educación de países en desarrollo conciben las computadoras como
la panacea de la educación. Por lo visto, por un lado, nuestros gobiernos son
presa fácil de empresas dedicadas a la fabricación de este tipo de objetos de
consumo que, como se ha determinado, es más elevado en las clases populares, y,
por otro lado, nuestras autoridades no se han detenido a diseñar verdaderas
políticas educativas, que trasciendan las coyunturas políticas y la búsqueda
del rédito electoral.
Con todo esto, no pretendo menospreciar la función de las computadoras
en la educación o la formación de los estudiantes en el uso de las TIC, que es
ineludible en los tiempos que vivimos, sino poner en el debate el lugar que
deben ocupar en nuestra educación. Mi experiencia docente me permite afirmar
que los estudiantes que llegan a la Universidad, pese a que han pasado por
cursos de computación, no tienen las competencias básicas de búsqueda,
discriminación y uso de la información a la que acceden en Internet; investigar
se ha reducido a buscar información, copiarla y pegarla en un trabajo que muy
poco tiene de elaboración personal y menos de resultado de análisis, crítica y
creación, imprescindibles para un aprendizaje significativo.
Al respecto, es necesario comprender que las nuevas tecnologías y sus
textos, con su carácter multimodal, no sustituyen los objetivos y procesos
implicados en la alfabetización, más bien los complejizan. No se debe tender a
reemplazar la lectura de textos impresos por textos digitales ni las prácticas
de comprensión y producción de textos por las actividades de navegación y
búsqueda de información en la Red. Se debe incorporar, al desarrollo de
competencias textuales en general, estos nuevos géneros textuales que, en
ciertos aspectos, comparten características con los impresos y en otros se
diferencian de manera importante. Tomo uno de los campos de formación porque
atraviesa los procesos educativos en las distintas áreas, pero lo aseverado
también corresponde a las competencias de razonamiento matemático. No se puede
sustituir el razonamiento con programas, sino establecer su uso para enriquecer
el aprendizaje, siempre y cuando las competencias de base hayan sido
desarrolladas adecuadamente.
Finalmente, de lo que se trata es de reordenar las prioridades. La
formación de los profesores es fundamental, pero no una formación masiva, calificada
por los mismos profesores como inútil, sino una integral, que les permita
desarrollar sus propias competencias y contar con herramientas didácticas para
propiciarlas en los estudiantes. También es necesario revisar el currículo, y
ello supone precisar antes, más allá de la retórica, sus fundamentos teóricos y
metodológicos. Por último, en este preciso momento la dotación de computadoras
no se plantea como una urgencia, sobre todo si tomamos en cuenta que el
Ministerio de Educación no posee los recursos económicos, y recientemente tuvo
que encabezar una campaña de recolección de libros casa por casa, para la
implementación de bibliotecas comunitarias y el fomento de la cultura lectora.
Aún queda mucho por hacer.
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