Una carta y sus múltiples interpretaciones

Hace unos días, un grupo de intelectuales publicó una carta abierta titulada “Compromiso por la equidad”, en la que manifiestan su decisión de no participar en diversos eventos en los que no incluyan a mujeres. En el momento de elaborarla y firmarla, seguro no imaginaron que recibirían críticas demoledoras nada menos que de parte de mujeres.

Los acusaron de condescendientes, “hechos a los buenos”, paternalistas, irrespetuosos, figurones. Algunas mujeres respondieron que con las palabras no se cambia nada, que esperan acciones; otras les recriminaron su falta de comprensión de la lucha feminista, que de ninguna manera pretende concesiones, y no faltaron las que les respondieron con un “no, gracias; los espacios nos los ganamos solas”.

Mi mirada no es la de una feminista; no lo soy, no pienso serlo, aunque respeto y acompaño las acciones de las que sí lo son. Reacciono como una mujer profesional que durante 22 años ha caminado en el mundo académico al lado de varones y mujeres, y como una ciudadana informada, que vive y sufre su realidad.

No recuerdo el haber sido discriminada por ser mujer, es más, recuerdo más espacios en los que he compartido con varones que con mujeres en absoluta igualdad de condiciones. Sí recuerdo haber sido saboteada por colegas mujeres, pero ese es otro asunto que da para otro tipo de reflexiones. Sin embargo, reconozco que mi especialidad (lingüística y enseñanza de lenguas) tiene menos profesionales varones que otras, lo que lleva a preguntarse qué sucede en el campo de las ciencias llamadas exactas, por ejemplo, si aún escuchamos que hay docentes que intentan persuadir a sus estudiantes mujeres para que busquen carreras más “sencillas” o, en el caso de los más trogloditas, que les piden que vayan a sus casas a limpiar.

En ese contexto y más allá de las particularidades de los campos de especialidad, creo que cualquier pronunciamiento que busca equidad es un buen punto de partida. La palabra enunciada constituye un acto en sí mismo, que, en este caso (creo) intenta generar cambios de comportamiento: los organizadores de eventos deberán considerar la equidad de género cuando inviten a los firmantes a participar. ¿No lo hacen? Por las evidencias que ellos mismos publicaron por las redes en estos días y por las que nosotros podemos encontrar, en la mayor parte de casos, no. Por ejemplo, si revisamos los últimos meses el programa de opinión Esta casa no es hotel, podemos constatar que la presencia femenina es claramente inferior: o hay una de tres invitados o no hay ninguna; solo en uno de los programas se vio paridad. Entonces, ¿vale la pena el gesto? Por supuesto. Bejarano, amiga de algunos de los firmantes, en adelante, seguramente será más cuidadosa al elegir a sus invitados e invitadas, por ejemplo.

Nadie puede negar que el lugar que ocupamos las mujeres lo ganamos con esfuerzo propio y gracias a la lucha de las que nos antecedieron, sin embargo, tampoco se puede negar que muchos varones contribuyeron con su sentido de equidad. La equidad es una apuesta conjunta, de reconocimiento mutuo. Esta carta, entonces, busca democratizar esos espacios en los que estos varones constataron que persiste la inequidad. Hasta aquí, todo bien.

Lo que me hace particular ruido es ver ciertas firmas que, por decir menos, generan dudas. Es el caso de autoridades o exautoridades del MAS; el caso de intelectuales defensores de las políticas gubernamentales, quienes han tenido en estos últimos cinco años oportunidades valiosas para dar muestras de sus enormes deseos de equidad, pero que han optado por el silencio, hecho que, por el lugar que ocupan, se constituye en un acto de complicidad.

El campo de la academia es importante, pero es en el que menos desprotegidas estamos las mujeres justamente por las herramientas con las que contamos. Más vulnerables están las mujeres indígenas, las mujeres con discapacidad, las mujeres obreras, las mujeres en general que incursionan en la política.  ¿Acaso no fue en Bolivia donde se agredió a mujeres indígenas, a mujeres con discapacidad?; ¿acaso no es en Bolivia donde ocurren diariamente casos de acoso político y sexual a mujeres que se desempeñan en cargos públicos? ¿Acaso no es en Bolivia donde altas autoridades ningunean públicamente a sus colegas o subalternas, si no es que se mofan de ellas o las tratan como simples objetos sexuales? ¿Acaso no tienen correligionarios que agreden a sus mujeres o las violan? No me dirán que es más angustiante ver una testera sin mujeres que mujeres gasificadas, maniatadas o ridiculizadas.

¿Cómo pretenden aportar a la construcción de una sociedad inclusiva, más democrática, si callan frente a la arremetida sistemática de un gobierno que intenta coartar la libertad de expresión de varones y mujeres? ¿Cuán creíbles pueden ser en este compromiso? ¿Cuán creíble puede ser el exsenador Mendoza, acusado nada menos que de violencia de género?

No, a ellos personalmente no puedo concederles ni el beneficio de la duda. Otra cosa sería si anuncian que abandonarán todo evento, todo programa de TV dirigido a sostener la difamación, la agresión sistemática a todos los que ejercen su constitucional derecho al disenso, a la libertad de expresión; si amenazan con abandonar su curul o los puestos que les llegaron gracias a su cercanía con el Gobierno, si este persiste en amedrentar, intimidar, perseguir, estrangular económicamente instituciones, medios de comunicación. Así, pues sí.

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