#NiUnaMenos y la necesidad de separar aguas




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Miles de mujeres autoconvocadas salieron a las calles el 19 de octubre a interpelar al Estado y a sensibilizar a la población a propósito de los actos de violencia, cada vez más brutales e inhumanos, que están matando diariamente a mujeres, en las calles y en sus hogares.

En La Paz, como en varias ciudades de Latinoamérica, la voz impotente y desesperada de centenares de mujeres se convirtió en un solo grito de protesta. En un tramo de la marcha, ese grito se transformó en repudio dirigido a un grupo de autoridades gubernamentales que, con todo su aparato propagandístico, quiso encabezar la protesta, hecho que fue interpretado como la búsqueda de protagonismo para llevar agua al molino gubernamental.

Unos días después, en un acto muy cercano a la provocación, la conductora del programa Esta casa no es hotel, Susana Bejarano —conocida por su fidelidad al MAS—, dedicó el programa del domingo al movimiento #NiUnaMenos, con la diputada del MAS Gabriela Montaño, Julieta Paredes (autodefinida defensora del “proceso de cambio”) y la diputada Fernanda San Martín de UD, como protagonistas. Al parecer, no consideró necesaria la presencia de, por lo menos, una auténtica representante de ese movimiento ciudadano.

En respuesta, en este caso también, la indignación de las mujeres movilizadas no se dejó esperar, esta vez en las redes sociales, lo que obligó a Bejarano a iniciar su programa con la aclaración de que sus invitadas no iban en representación del movimiento, sino como viejas activistas de los derechos de la mujer.

Los analistas, los solidarios honestos y los no tanto, las funcionarias del régimen y las conciliadoras salieron inmediatamente a criticar la actitud de las mujeres interpeladoras, y, en algunos casos, con un tono paternalista, las llamaron a la reflexión en la búsqueda del bien superior.  Separar aguas, para algunos, daña el movimiento; la pluralidad es la única manera de asegurar el logro de sus objetivos, afirman. Y, claro, dicho de ese modo, pasamos a ser (me incluyo entre las indignadas) una turba intolerante que excluye a las pobrecitas mujeres del MAS, y que se apropia de una lucha que, por naturaleza, nos pertenece a todas sin excepción.

Sin embargo, la penosa participación de Gabriela Montaño en Esta casa no es hotel nos dio la razón de forma más que suficiente; demostró que, fuera de portar un discurso plagado de clichés, no le interesa la lucha honesta, sino el protagonismo y, más que él, la propaganda política. En resumidas cuentas, con esfuerzos enormes para evitar hablar de las cifras estremecedoras que constatan el fracaso de la implementación de las leyes, y sin desaprovechar la oportunidad para atacar a la diputada que representaba a la oposición, se concentró en convertir los avances de las reivindicaciones de las mujeres en logros de su partido y, por supuesto, de la voluntad política y progresista de Evo Morales.

Y ese es el problema central. La diferencia ideológica, que existe en este caso pero justamente en el sentido opuesto, no es la gatilladora de la indignación, es su impostura, la banalidad de sus actos que, lejos de aportar a la eliminación del patriarcado, lo fortalecen, lo alimentan diariamente con sus silencios, su complicidad, su cobardía y su ambición de poder.

Las mujeres del poder afirman que sin el MAS no habría paridad. ¿Y de qué sirve la paridad si es el Jefazo, desde arriba, quien llena las listas con un número de mujeres sin voz, sin capacidad de decisión, sin herramientas para proponer, discutir, denunciar? ¿No es peor acaso que haya muchas mujeres mudas, levantamanos, sometidas, en lugar de una minoría que grita, que interpela y que se gana un lugar en la política con sus propios méritos, con su lucha frontal, valiente y coherente?

Las mujeres del poder afirman que sin el MAS no habría la Ley 348, ni las otras leyes que combaten la discriminación y la desigualdad. Más allá de ser una mentira grosera, que pretende borrar de la memoria las decenas de proyectos de leyes, de iniciativas ciudadanas y de movilizaciones con propuestas concretas, ¿de qué sirve la ley si no hicieron ni hacen nada por crear las condiciones para su real implementación? ¿De qué sirve la ley si solo la utilizan para atacar a los opositores y la esconden cuando se trata de sus correligionarios?

No necesitamos discursos, señoras del poder, necesitamos acciones contundentes, transparentes y coherentes. Necesitamos, por ejemplo, que Gabriela Montaño no calle cuando arrastran por el piso a mujeres indígenas maniatadas y acalladas con masking tape, cuando golpean y gasifican a mujeres con discapacidad; necesitamos que Gabriela Montaño se indigne cuando sus amigos golpean a sus esposas y no los llame “asuntos privados”. Necesitamos que Marianela Paco no encubra a violadores como Justino Leaño, ni que Juanita Ancieta ni Leonilda Zurita los justifiquen. Necesitamos que la ministra Campero reaccione cuando el Vicepresidente se mofa de su vida privada, y no solo cuando alguna periodista se entromete en ella.

A las mujeres del poder, les exigimos que le digan públicamente al Presidente que deje de agredir a las mujeres, de denigrarlas, de tratarlas como objeto y de alentar a sus correligionarios a que sigan su ejemplo. Les exigimos que pidan cárcel para los violadores, para los golpeadores, para los feminicidas de su partido.

No nos sirve el cuento de que sostienen una lucha silenciosa dentro del partido, de que, como muchas, deben enfrentar el machismo. No nos sirve porque su silencio no transforma nada; doce años sin cambios nos lo han demostrado. No nos sirve y no nos convence. ¿Quién las obliga a soportar la humillación?, ¿quién les pidió esos “sacrificios”? Si se quedan no es porque se sienten con la obligación moral de sostener una lucha interna, eso solo les sirve para limpiar su conciencia; se quedan porque no pueden dejar el poder, porque ese poder es más importante para ustedes que su dignidad y la dignidad de las mujeres a las que arrastran con su obsecuencia.

Por todo eso, es necesario separar aguas; hacerlo no es dividir, es visibilizar la impostura. No creo que ello debilite ningún movimiento —y ojo que no me atribuyo la representatividad de ninguno, hablo a título personalísimo—, simplemente lo descontamina, lo sincera y lo protege de las cooptaciones, de su trivialización, de su funcionalización nefasta. Separar aguas, tal vez, si somos optimistas, logre empujar a las mujeres del poder a asumir su obligación administrativa, política, y el rol histórico que les legaron las movilizaciones precedentes, pero que hasta ahora incumplieron. 

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