Sí, claro, también por ellos




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"Cualquiera que esté acostumbrado a menospreciar la vida de cualquier ser viviente está en peligro de menospreciar también la vida humana". (Albert Schweitzer, premio Nobel de la Paz 1952)

Vivimos tiempos de extrema violencia; no hay un día en el que no nos estremezca la noticia de un feminicidio, de un infanticidio, de genocidios en curso, de asesinatos a defensores del medioambiente, de suicidios de niños por bullying, de abandonos de infantes. En ese contexto, el maltrato animal parecería secundario, y, según activistas de toda índole, un tema por ocuparse cuando el resto haya sido resuelto. Pues la lucha contra el maltrato animal es una lucha tan humana como el resto, ataca también las raíces de todas las violencias: la falta o pérdida de la empatía, la ausencia de sensibilidad, en otras palabras, la falta de humanidad.

Hace unos días, tiraron en mi jardín, como basura, cinco crías de gato recién nacidas; pese a los esfuerzos, no pudimos salvarlas. Días después, alguien entregó junto con el resto de la basura, al carro basurero, un perro cachorro vivo. También por esos días nos impactó la noticia de adolescentes que torturaban animales y, no contentos con ello, grababan y compartían el biocidio en redes sociales.
Recuerdo que en mi infancia era común escuchar hablar a los adultos de la época sobre ahogar crías, envenenar perros, abandonar a otros en el campo, como formas naturales de relacionarse con los animales. Era común criar animales de granja en las casas, y, con las propias manos, degollarlos para luego cocinarlos. En esos casos, esas acciones no se concebían como maltrato, sino como formas naturales de resolver problemas vinculados a la tenencia de animales. En esos tiempos, no muy lejanos, no se reconocía el sufrimiento de los animales ni sus derechos.

La ciencia ha aportado mucho en el cambio de nuestra mirada sobre los animales, y ha influido en la determinación de normas legislativas en un importante número de países que han decidido reconocer los derechos animales. ¿Cuáles son esos aportes? Para empezar, el reconocimiento de que los animales, como los humanos, experimentan dolor. No parece necesaria una constatación cuando podemos escuchar sus gemidos o gritos frente a acciones de maltrato. Sin embargo, la siempre débil empatía humana requiere de palabras autorizadas; así, los biólogos afirman que, como los humanos, todos los animales cuentan con estructuras fisiológicas que posibilitan  la respuesta a estímulos, es decir, los animales tienen la capacidad de sentir dolor y de sufrir.

En segundo lugar, estudios en los campos de la psicología y la psiquiatría dan cuenta de numerosas evidencias que vinculan los actos de maltrato animal con actos de violencia a seres humanos. El niño que maltrata animales de manera repetida revela rasgos antisociales que irán agravándose con el tiempo y se expresarán en actos violentos en contra de sus pares. 

Vinculado a lo anterior, el maltrato a animales por parte de niños y adolescentes es un indicador  muy sólido de maltrato y violencia intrafamiliar. Como con la mayor parte de comportamientos, la forma de relacionarse con los otros se aprende en el hogar: si la violencia está naturalizada en casa, si el niño convive con adultos que maltratan animales y/o personas, lo normal será que ese niño sea también un maltratador. Si el niño es víctima de maltrato y abuso, es esperable que, como una forma de canalizar su enojo o reafirmar su autoridad afectada, reproduzca ese maltrato contra el más indefenso que encuentre a su lado, ya sea un animal, un hermano menor o un compañero de curso. En consecuencia, el maltrato animal no es un juego de niños, es una alarma poderosa que debe ser atendida por familiares, profesores y por las instituciones encargadas de estos asuntos.

En estas últimas semanas, en las que hemos (mi familia) debido lidiar con animales abandonados y sus cachorros desvalidos, he podido conocer mejor a quienes representan la otra cara de la moneda. Con sus esfuerzos, su tiempo y sus propios recursos, una serie de agrupaciones de jóvenes luchan contra el maltrato animal; realizan acciones no solo de rescate, protección o cuidado de animales, sino de salud pública, que es obligación de las instancias subnacionales: vacunación y esterilización de animales callejeros. Ellos, junto con veterinarios solidarios aliados, están haciendo más por la sociedad que todas las autoridades juntas; no obstante, aún están solos, y la problemática del abandono y del maltrato animal los rebasa irremediablemente.

Al respecto, hay mucho que cada uno de nosotros puede hacer, como ciudadanos que aspiran a una sociedad menos violenta y más solidaria. En primer lugar, más allá de las simpatías o antipatías con los animales, es fundamental educar hijos respetuosos de la vida, así en términos generales; no es coherente pedir que un niño no agreda a un compañero si toleramos la agresión a un animal indefenso. No obstante, en estos casos, vale más el ejemplo que la recomendación.

En segundo lugar, podemos ayudar a frenar el maltrato y sufrimiento animal con acciones concretas. Una de ellas es la denuncia de maltratadores; los casos más estremecedores han recorrido las redes sociales, y las reacciones de repulsa seguramente han frenado a varios de ellos. Sin embargo, no basta la sanción social; es necesario sentar precedentes en el campo jurídico, y, aunque las instancias encargadas por ley sufran de descrédito, es necesario insistir en que cumplan con sus funciones.

Otra acción es la adopción de animales. La adopción no solo salva una vida o le da la oportunidad de vivir dignamente a una mascota; genera conciencia, y se convierte en un ejemplo edificante para los hijos. El negocio de animales de raza entraña también maltrato y explotación animal; la demanda de ciertos especímenes fomenta esta explotación. Recuerdo que, cuando la Feria de mascotas se realizaba en el Estadio, fui a comprar implementos para mi mascota, y escuché la conversación de uno de los vendedores  con un potencial comprador: “Te conviene, más adelante vas a estar tú también vendiendo sus crías”.  Hoy se afirma que esa feria ha crecido sin control, y nada menos que con el aval de las autoridades municipales.

Por otro lado, además de que está tipificado como delito, no podemos ser cómplices de la venta de animales silvestres. La captura de uno de esos ejemplares conlleva la muerte de decenas de ellos; y el que llega con vida a los mercados sufre de manera inimaginable su alejamiento de su hábitat. La denuncia de vendedores es una forma de frenar el tráfico de animales, sin embargo, en manos de nuestras autoridades, pocas veces pagan por sus delitos, y los animales confiscados sufren meses antes de ser devueltos a su hábitat. La mejor solución es eliminar el negocio mediante la eliminación de la compra, y exigir la aplicación de las leyes para evitar el tráfico hacia el exterior del país. Proteger la vida silvestre es la mejor herencia que podemos legar a nuestros hijos.

Finalmente, podemos aportar esterilizando a nuestras mascotas, en primer lugar, y, si nos es posible, esterilizando a los animales abandonados que frecuenten nuestros barrios. También la ayuda indirecta es la opción; podemos apadrinar operaciones que las asociaciones animalistas propician en campañas de esterilización, y donar recursos para que estas cumplan con sus tareas, que deberían ser las de todos.

El amor por los animales, un sentimiento sanador que algunos experimentamos, no puede imponerse, pero sí es fundamental que las sociedades se provean de mecanismos educativos y jurídicos que promuevan el respeto y frenen el maltrato hacia los animales, como una forma de frenar los índices de violencia en general.

Las sociedades más avanzadas ya cuentan con estos dispositivos. Muchos dirán que, en un país en el que la gente se muere por falta de servicios de salud, en el que se asesina a una mujer casi cada 3 días, no cabe preocuparse tanto por los animales. Pues una preocupación no quita la otra. Depende de cada uno qué clase de hijos criamos, y qué clase de sociedad construimos o ayudamos a construir. “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales” (Mahatma Gandhi).

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