Los nuevos subversivos
La polarización es un fenómeno creciente en gran parte de países del mundo; es una estrategia política que borra los centros, elimina a los adversarios políticos para reemplazarlos por enemigos, mediante una retórica agresiva. Los polarizadores construyen un relato del “nosotros” versus “ellos”, que busca la propia legitimación, a costa de la deslegitimación de los otros. En ese objetivo, sus narrativas incorporan escenarios de contrastación: “ellos”, el pasado catastrófico, frente a “nosotros”, el presente y futuro de prosperidad. “Ellos”, los corruptos incapaces; “nosotros”, los honestos, los salvadores.
La deslegitimación apela a la categorización, que es la estrategia lingüística dirigida a definir o redefinir a los enemigos, a atribuirles una identidad; estas categorías se desplazan fácilmente de discurso en discurso, por lo que luego se internalizan en las representaciones sociales de los grupos. Álvaro García Linera la convirtió en una especialidad, primero, vía la descalificación impetuosa; luego, mediante una selección más calculada. Fue el que fusionó la identidad étnica a la polarización política, con la que su Gobierno construyó el argumento explicativo de toda manifestación de descontento social: los opositores, k’aras derechistas, racistas, critican/atacan a Evo solo porque es indígena.
La polarización es la estrategia central de los populismos, ya sean de izquierda o de derecha. Cada quien construye sus propios enemigos y alienta a sus seguidores a atacarlos, a odiarlos. Sin embargo, a medida que los gobiernos se alejan de las reglas democráticas, que violentan sus leyes para mantenerse en el poder, que eliminan a sus contendores mediante la manipulación de otros poderes subordinados a sus intereses, entonces la polarización se profundiza, se torna cada vez más violenta. Venezuela, Nicaragua y Bolivia son los casos más ilustrativos en Latinoamérica.
El discurso polarizador de estos países se ha estructurado sobre la victimización, la recurrente denuncia de amenazas, de complots, de aprestos golpistas: “ellos” no solo son los enemigos del gobierno, sino del pueblo, de la patria; basta revisar la cantidad de veces que Maduro ha denunciado intentos de golpe. Sobre esas denuncias entonces legitiman, para empezar, la negativa al diálogo, a la construcción de consensos; luego, las acciones represoras, las restricciones a la libertad de expresión, de asociación política, y la implementación de formas de control antidemocráticas. El ministro de Justicia acaba de darnos un ejemplo al llamar “golpe” a la propuesta de CC de reforma del sistema judicial. ¡Es golpe, no ha lugar! ¡Caso cerrado!
Desde esa comprensión, cualquier acto de reclamo, reivindicación o demanda es descalificado como “político”, como si hacer política no fuera parte constitutiva de la vida social, un ejercicio de ciudadanía responsable. Se quiere imponer la idea de que la política es un derecho privativo de los gobernantes y de las organizaciones sociales que los sostienen, por lo que cualquier movilización en su contra es de hecho sediciosa. Esta afirmación, sostenida en los discursos deslegitimadores en contra de cualquier movilizado, fue en este año actualizada en varias oportunidades por Evo Morales, que está urgido por imponer ─incluso entre los suyos─ la narrativa del golpe.
De acuerdo con Morales, el primer intento de golpe habría sido el Referéndum del 2008, un acto democrático constitucional, que él aceptó y que terminó otorgándole mayor fuerza política. El segundo intento de golpe habría sido la VIII Marcha indígena por el Tipnis, que, según la versión de Morales, buscaba su renuncia, no la defensa de su territorio. En esa misma lógica, Morales suma un tercer intento de golpe, el de la Marcha de personas con discapacidad, que apenas buscaban un bono de 500 Bs. Bajo ese razonamiento, las movilizaciones del 2019 no podrían calificarse de otra manera, porque, además, lo condujeron a renunciar y le impidieron quedarse 5 años más en el poder.
Pese a las diferencias internas del MAS, fruto de la recuperación de voz y autonomía de algunos dirigentes gracias al alejamiento de Morales, el discurso oficial se ha estructurado sobre la narrativa del golpe, no solo para escarmentar a los que se atrevieron a ocupar su lugar, sino para desactivar a las plataformas ciudadanas y controlar a la población en general a través del miedo. Seguramente, emulando a los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, cuyas poblaciones no han logrado frenar su conversión a dictaduras, el Gobierno ha apostado por una retórica dura, amenazante y autoritaria, muy similar a la de los discursos de las dictaduras militares.
Nelson Cox ha resultado ser el más entusiasta vocero de esta línea discursiva de la represión; en varias oportunidades ha amenazado con “responsabilidades” a los que utilizaron el “concepto de fraude” y a los que se animen a seguir hablando de él, por generar “zozobra”. Del Castillo y el propio Arce han deslizado amenazas, y expresado su decisión de “no tolerar” acciones que desestabilicen al actual Gobierno.
Quintana, como siempre, no quiso quedarse atrás; además de las cotidianas amenazas que suele proferir, adobadas con un rosario de insultos, ha descrito la situación de Añez utilizando un lenguaje digno de alumno de la Escuela de las Américas en la que se formó: “Añez se encuentra en la frontera de su quiebre emocional”. Lo llamativo es que La Razón ha resaltado sus dichos, como naturalizando este giro autoritario del Gobierno al que le hace propaganda, y generando la sospecha de que Añez estaría siendo víctima de tortura planificada.
Unidad, estabilidad, patria, progreso, paz, reconstrucción económica son conceptos que articulaban los discursos de Pinochet, Bánzer y otros dictadores, en los que abundaban siempre las referencias a herencias calamitosas que tuvieron que enfrentar y revertir, y a subversivos amenazantes, que impedían alcanzar la paz y la prosperidad soñadas.
"El pueblo boliviano fue víctima de grupos mercenarios”. “... hallamos a la nación enfrentada a un colapso”. " ... a la situación económica del país ... no dudamos en calificarla de crítica". “Hoy Bolivia ingresa en una nueva etapa, la reconstrucción nacional es una tarea que requiere un haz de voluntades y del cumplimiento de un conjunto de principios básicos y objetivos fundamentales”. “En este primer año pusimos a Bolivia de pie… está surgiendo con firmeza del abismo al que fue empujada”. No son frases de Arce o Quintana, forman parte de un discurso de García Meza. Quienes vivieron esas épocas no pueden evitar las analogías. Al paso que van, Murillo quedará como una anécdota en la historia del autoritarismo.
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